Actualización Abril 22, 2024 por Vito Martínez
Fueron casi 25 años de miopía, de no querer ver que mi negocio no iba a ir a ninguna parte, que no iba a lograr nada de lo que había soñado. Dicen que no hay peor ciego que el que no quiere ver.
Día tras día, año tras año, me aferré a la creencia de que el año próximo sería mío y todo el esfuerzo realizado se materializaría en un negocio emergente y rentable.
A pesar de la evidencia que se acumulaba frente a mi, me negaba a soltar las riendas de un sueño imposible. Mi mente pobre estaba convencida de que a la vuelta de la esquina estaba la prosperidad.
Solo necesitaba resistir un poco más.
Ese día nunca llegó.
Así fue que aprendí que no todo aquél que persevera, se verá finalmente recompensado. Por más esfuerzo, disciplina y voluntad pongas, "si no tienes conocimiento y algo de talento" (de esto te voy a hablar en otro post), estás condenado a la mediocridad.
Peor aún, entras en un círculo vicioso que no deja espacio para la esperanza. Es una sensación tan poderosa que incluso el solo hecho de escribir estas líneas me llena de emoción y compasión del protagonista de esta historia, como si no fuera la mía.
A los 47 años se derrumbó mi perseverancia, dejándome frente a frente con mi realidad: quebrado, hundido en mi peor versión y con la pesada carga de lo que nunca pudo ser.
Pero esto estaba recién comenzando. Enfrentar no solo la quiebra de mi negocio, sino también la desintegración de todo aquello en lo que había basado mi identidad y autoestima. Las deudas devoraron mis activos y amenazaron mis ganas de vivir.
El mayor conflicto no era con el mundo externo, sino conmigo mismo; una batalla entre la parte de mí que quería rendirse y la parte que aún se aferraba a la posibilidad de redención. Este período de mi vida fue un camino a través del desierto, un viaje solitario marcado por la introspección y la confrontación de mis mayores temores.
Pero la vida siempre nos da revancha, que llegó con la más cruel de las ironías.
Para encontrar la libertad, primero tuve que estar totalmente derrotado. La quiebra finalmente se materializó y me quitó lo poco y nada que me quedaba… excepto, ahora si, la oportunidad de empezar de nuevo.
Pero, ¿cómo se puede comenzar de nuevo cuando se llevan las cicatrices de veinte años de batallas perdidas? ¿Cómo se puede soñar cuando los sueños anteriores se han convertido en pesadillas?
Entonces, la quiebra, aunque devastadora, trajo consigo una liberación inesperada. Completamente desnudo, cubierto solo por mi fracaso, sin nada más que perder, entendí que hiciera lo que hiciera solo sería sumar.
No fue un renacimiento inmediato, sino más bien un lento despertar en la fría madrugada de mis 49 años, con la dura realidad de que el tiempo no retrocede y que el pasado, con todas sus cicatrices, es indeleble.
Las pesadas cargas de mis deudas y los sueños rotos comenzaron a disiparse, reemplazadas por una fuerza que desconocía tenía, cultivada por mis duras experiencia recién pasadas y las ganas de demostrarle a mi familia y sobre todo a mi mismo, que podía ser más de lo que hasta ese momento había sido.
Este fue el inicio de la transformación total de mi vida… pero eso te lo cuento en el siguiente post.
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